viernes, 29 de agosto de 2014

            
     

Una instalación - 28 días-



OK COMUNICACIONES                                                               
arq Pablo Terzaghi - proyecto y dirección. 
Fonts & Graph - montaje           
       

Restauración y puesta en valor de la capilla San José en San Miguel




VALERA -SANTA COLOMA  -PROYECTO
PABLO TERZAGHI - DIRECCION EJECUCION

IEZZI HNOS. - CONSTRUCTORA

ING SERGIO POZZONI - REPRESENTANTE TECNICO
LA PALABRA TAMBIEN SE HA MARCHADO

Me pregunto ¿cuando fue?
¿Habrá emigrado por el frío, como las golondrinas?
¿Habrá encontrado refugio en el silencio,
decepcionada por tamaña paradoja,
o se habrá entregado por amor a su yugo?
Me lo preguntaba porque su ausencia es causa de infinita tristeza para mi.
Tan sólo recuerdo haberle pedido que se dejase convencer
y confiara en tantos años de vida juntos,
transitados aún en la incertidumbre del silencio.
Hasta recuerdo también haberle compartido
algo que había aprendido recientemente:
en muchas ocasiones, para preservar las esencias,
algunos corazones, capaces de leer palabras nunca dichas
en el sigilo de lo oculto, las atesoran en el seno de su intimidad,
secretamente… para siempre.
Tal vez haya presumido acerca de mi elocuencia
pero sinceramente no lo esperaba…
Yo creí haberle explicado pacientemente.
Hasta confié en mi persuasión y pensé
que comprendiendo cuanto amor contenía
la decisión de callar
aceptaría confiada la suerte.
Pero  justamente fue el silencio impuesto quien nunca me permitió saberlo
En definitiva lo único cierto era que ya no estaba…y yo la extrañaba.
Recordaba con nostalgia esa capacidad que tenía para eternizar los instantes.
o devolver certezas con sólo recordar su acorde o percibir su aroma.
Yo me decía cada tanto, seguramente regresará cuando sepa cuánto la necesito.
¿Acaso su pertinaz ausencia significaría entonces
la renuncia a alcanzar lo cierto de las cosas que merecen ser nombradas?
Si sólo se tratara de lograr la subsistencia del discurso, entonces 
bastaba con ordenar cada letra una tras otra, como sugiere la regla.
Seguramente todo pasará...
tal vez sea sólo eso y debo aceptarlo.
Sin embargo extraño demasiado su modo tan inequívoco en el decir,
a veces cruelmente veraz y otras tan inmensamente tierno.
Y aunque no pueda dejar de extrañarla comprendí
que desde el día en que finalmente me había entregado a la aridez del silencio
a pesar de no haberla perdido para siempre
sólo podría intuir su presencia, por la huella de su sombra.
Entonces también descubrí que algún día
volvería a reencontrarla cuando la mirada se atreviera,
cuando el oído se aventurara a escuchar el galope del corazón inquieto,
cuando la poesía convocara para redimir el deseo de la piel que ansía
o para cantar el lamento de una pérdida inconsolable.


                                                                                                                                           Mayo de 2013

martes, 26 de agosto de 2014

UN CUENTO DE OTOÑO.


Aquella mañana había amanecido muy temprano junto a las primeras luces del alba. Había decidido la noche anterior que ese día iba a ocuparse del parque que con la llegada del otoño siempre requería mayor dedicación. Amaba esta época del año porque le había revelado con los años que la vida presente en cada brote de primavera era fruto de la aceptación confiada  al despojo y la poda acontecida en cada otoño. Por eso le gustaba tanto cuando refiriéndose a su edad algunos la llamaban “el otoño de la vida” ya que él lejos de identificarlo con la cercanía de la muerte sabía que viviendo con plenitud esta etapa atesoraría aún nuevos brotes en su próxima primavera.
Al caer la tarde cuando el sol ya comenzaba a descender, apartando con un dedo la cortina, miró por última vez a través de la pequeña ventana con orgullo lo hecho aquel día. De pronto debajo del inmenso roble vio una sombra en la base de su tronco. Fijó la vista atentamente y se sorprendió al ver a un niño sentado con la frente en sus rodillas. Inmediatamente reconoció que aquel joven, era su nieto. Entonces, a  pesar de su cansancio, rápidamente se colocó un saco y tomando el sombrero acudió presto a su encuentro.
Al llegar debajo de aquel árbol permaneció en silencio hasta que el joven alertado por su presencia disimuló algunas lágrimas, alzó la vista para mirarlo y parándose repentinamente se abalanzó y lo abrazó en un gesto de pedido de cobijo frente a tanta intemperie. Después de envolverlo con sus brazos por un instante prolongado buscó con la vista un lugar donde todavía había unos  troncos ya secos. Puso su mano en un hombro y lo condujo muy despacio y en silencio hasta allí. Acomodó con arte dos troncos y lo invito a sentarse enfrentados para mirar de cerca sus ojos y tal vez secar con su pulgar alguna lágrima.
Suspiró largamente y mirando el cielo encendido rompió el silencio señalando dos pájaros que se recortaban en el cielo teñido de carmín
-Si permanecemos mirando hacia lo alto, a esta hora de la tarde, veremos muchas aves surcar el cielo para regresar a un lugar seguro donde afrontar la oscuridad de la noche. Lo hacen generalmente en bandada o al menos de a dos. Muy rara vez se los ve a solas. Si por caso encontráramos debajo de algún árbol alguna muy quieta,  fuera de su nido y sola por estas horas podríamos suponer que algo no ha estado bien en su día y sobretodo si se tratara de algún pichón.
El joven alzó la mirada y respondió: - tal vez sienta que ya no tiene sentido regresar al mismo lugar donde se sentía segura.
-Puede ser contesto, el abuelo, pero entonces quizá deba imaginar otro cielo y emprender un nuevo rumbo.
-Como si fuera tan fácil decidirlo. Contestó casi ofuscado el muchacho. Me atrevería a decir que fue justamente eso lo que seguramente endureció sus alas y por eso permanece cobijada e inmóvil debajo del árbol. Agregó entonces
Comenzamos a comprendernos afirmó el abuelo.
Por supuesto que no es nada fácil mantener el mismo rumbo cuando quien acompañaba nuestro vuelo de regreso ha encontrado otro cielo.
¿Como lo sabías? Dijo sorprendido el niño
¿Como sabía qué? Contestó el Abuelo sonriendo tiernamente.
Hace días que no se nada de ella. Murmuró con el rostro encendido como la tarde.
Ah…Ya!
Me gustaría, aprovechando este encuentro si tuvieras tiempo, contarte una historia que escuché hace años de labios de un viejo pescador, por cierto muy sabio. No se si fue su intención al contármela pero con el paso del tiempo recordarla me ayudó a encontrar en la adversidad nuevas certezas.
El joven asintió con la cabeza sin lograr del todo salirse de sí mismo.
El abuelo consideró  este gesto como un sí rotundo y comenzó así su relato:
Lo conocí hace muchos años cuando viví en Italia muy cerca del puerto de Genova. El como todo pescador sabía mucho de aves marinas ya que compartía largo tiempo con ellas que acompañaban todos los días los barcos desde alta mar hasta su llegada al puerto. Había logrado reconocer su lenguaje, aunque según me confesó, esto fue posible recién cuando ya estaba entrado en años y pudo advertir que no siempre se acercaban hasta el barco sólo para arrebatar los pescados de las redes. Aprendiendo a amarlas pudo aceptar además que no todas eran iguales. Algunas volaban muy alto y esto les permitía ver con mayor perspectiva las aguas marinas para tomar mejores decisiones. En cambio otras volaban muy bajo, a ras del agua y muchas veces acababan enganchadas en uno de los tantos anzuelos hundidos en sus presas, ahora convertidas en carnada. El viejo lobo de mar contaba que se le encogía el corazón cuando esto ocurría. Algunas eran capaces de recorrer los extensos mares en busca de manjares, soportando las peores adversidades de la naturaleza mientras otras elegían permanecer en inmediaciones de los puertos donde la comida aunque muerta era de muy fácil recolección, casi sin esfuerzo. Así sucedió entonces que aprendiendo a conocerlas comenzó a sentirlas imprescindibles para su vida y su aprendizaje.
Y también a extrañarlas cuando no las podía ver agregó el muchacho que escuchaba atento invadido aún por la pena.
Por supuesto dijo el abuelo. La vida de quien se anima a subsistir de la pesca debe enfrentar un diálogo permanente y valiente con la soledad. Este viejo pescador sabía mucho eso de sentirse sólo a pesar de una faena abundante.
Fue así que cuando aprendió a dialogar con el corazón con aquellas aves logró distinguir de entre todas ellas una pareja de Albatros que jamás olvidaría. Las circunstancias fueron de esas que fijan lazos para siempre. Una terrible tormenta en alta mar.
Se veía muy poco cuando cruzaron vuelo por primera vez en medio del vendaval. Volaron juntos dándose ánimo. Cuando alguno de ellos estaba por declinar el otro se acercaba casi como sosteniéndolo en el aire y susurrándole al oído le recordaba la existencia de un nuevo horizonte con un cielo limpio alto muy alto. Lo invitaba a elevarse más, aún más, a pesar del cansancio y la tormenta. Entonces la fe en ese cielo limpio oculto por la ferocidad de la tormenta los hacia recuperar fuerzas y buscar altura desapareciendo por momentos como quien es capaz de atravesar la oscuridad. Su lucha palmo a palmo y su convicción para buscar la altura animó a toda la tripulación del barco aquel día hasta que por fin en vísperas de un nuevo amanecer llegó la ansiada calma.
Inmediatamente los buscaron un largo rato en aquel cielo despejado y comprobaron que ya no estaban.
Tal vez finalmente no fueron capaces de sobrevivir a la tormenta. Dijo preocupado el niño.
Es cierto,  podría haber ocurrido, respondió el abuelo.
Sin embargo nadie de aquella tripulación que los habían visto volar juntos podía siquiera imaginarlo. Así que durante días elevaron los ojos al cielo con la esperanza de volver a verlos.
Una tarde volviendo en medio de un sol muy rojo que acariciaba el horizonte se los pudo divisar nuevamente surcando el cielo hasta perderse en las alturas. Verlos volar juntos tenía un encanto muy especial, algo más podía percibirse en aquel vuelo que siempre se perdía en las alturas.
Eran muchas las aves que iban y venían acompañando la embarcación durante cada jornada, pero cuando aparecían ellos era como si se abriera el cielo.
Los albatros se caracterizan en el reino animal por ser una especie que tiene la particularidad de elegir una pareja para aparearse y en gran mayoría conservarla para siempre. Además se mantienen en vuelo permanentemente, aún hasta cuando duermen. Sólo descienden a tierra para reproducirse y hacer sus nidos que conservan en el mismo sitio durante toda su vida.
Si bien es cierto que ellos pertenecían a esta especie, eran muy jóvenes y sólo querían volar. ¡Disfrutaban tanto haciéndolo juntos!. Ambos coincidían en que más entrada la vida llegaría el momento de hacer pié en tierra luego de elegir juntos alguna isla.
Aprendieron compartiendo noches el lenguaje de las estrellas, bañaron sus plumas iluminados sólo por la luna aunque tampoco faltaron nuevas tormentas. Sin embargo parecía que volaban con mayor cercanía y ganando más altura después de cada temporal.
Un atardecer de brisa inquietante desde el pesquero divisaron a la distancia a uno de ellos volando sólo, con vuelo vacilante. Hasta llegaron a dudar de que verdaderamente fuera él. Quienes lo habían visto surcar el cielo como rayo podían suponer ahora que su vuelo era errante.
Seguramente  ya no quería recorrer los mismo rumbos solo, interrumpió ansioso el niño.
Eso es y hasta desde el barco, contaba el viejo, podía percibirse la inmensa tristeza. Afirmó el abuelo
Puede ser que ella aunque amara volar a su lado haya sentido que antes de ir a tierra debía conocer otros rumbos, conocer otros cielos.
Seguramente afirmó el abuelo pero la pena inmensa que lo invadía no le dejaba discernir claramente.  Se llenó de temor y entonces comenzó a volar bien bajo y con la agitación del mar ya no podía divisar el horizonte, olvidándose pronto del cielo limpio de las alturas. Ya no podía tomar las mejores decisiones y aunque jamás podría olvidar aquellos vuelos, dejó que la duda avanzara sobre el recuerdo y así logró sepultar la memoria. Ya no arriesgaba vuelo. A veces hasta prefería permanecer cerca del puerto donde el alimento era seguro y  podía encontrar siempre algún refugio en caso de tormentas.
Se comentaba en el puerto que en distintas ocasiones se los había visto a cada uno volando con otros albatros. Alguna vez navegando cerca del archipiélago les había parecido ver a alguno de ellos regresar desde tierra. Ya no se distinguían de los demás. Su vuelo no era el mismo de aquel entonces y ya no se los veía ganar tanta altura sino más bien volaban con oficio para  avanzar seguros sin sobresaltos.
Cierto día mientras la tripulación acomodaba las redes y cargaba provisiones prontos a zarpar del puerto se lo vio pasar como quien recupera el coraje y lanzado a gran velocidad desapareció muy pronto con rumbo decidido y franco mar adentro.
Habían transcurrido unas cuantas horas de navegación cuando regresando rumbo al puerto se desató la peor tormenta que jamás había visto aquel viejo marino en toda su carrera. Sin anunciarse esta vez y sin siquiera dar tiempo a divisar la proximidad de la costa ya que estaba entrada la noche. El barco se sacudía entre las olas gigantes cuando  de pronto al mirar la proa que se alzaba en lo alto pudo distinguirse apenas un albatros que luchaba feroz contra la tormenta casi sin éxito en medio de las olas. Soplaba un viento muy fuerte, del cielo caía una cortina de agua que se convertía en un muro infranqueable cuando el brillo de algún rayo atravesaba la oscuridad y plasmaba la escena en una dramática instantánea.
Fue en uno de esos destellos que irrumpió con vuelo seguro otro albatros y colocándose muy cerca del primero como susurrando algo en su oído se sumó a la lucha. Entonces los mas longevos de aquella tripulación reconocieron nuevamente a aquella pareja que hacía más de treinta años les había marcado el rumbo que les permitió  resistir hasta la llegada de la calma. La tormenta era más intensa aún esta vez y aunque se los había visto algo dubitativos al inicio habían recuperado sólo con olerse aquella ánima que multiplicaba sus fuerzas y entregaba lo mejor de cada uno de ellos. Nunca vio aquel viejo pelear por la vida con tanta convicción como lo hacía aquella pareja ahora entrada en años. Estaba claro al verlos que resistían para recuperar juntos la mirada de ese cielo limpio que sólo habían visto volando a ciertas alturas y que con el paso del tiempo y la costumbre ya no visitaban juntos desde quien sabe cuánto.
Una vez más los había convocado la tormenta como si fuera un destino atado a sus vidas. Y allí estaban poniendo una vez más a prueba su Fe. Sintiendo esta vez que el paso del tiempo era apenas un instante en el reloj que mide la eternidad.
Al día siguiente al amanecer volaban juntos, sin la prisa y la vehemencia de su juventud, pero alto muy alto.
Recuerdo ahora muy bien cómo finalmente con lágrimas en sus ojos y la voz estrangulada aquel viejo sabio concluía su relato:
Luego de un tiempo no volví a verlos nunca más volando juntos. Quizá tendrían algún nido en alguna isla que necesitaba lo mejor de cada uno de ellos. Tal vez habían logrado elevarse tan alto que no fui capaz de percibirlos a simple vista. Pero lo que sí jamás olvidaré es la felicidad que tenían la última vez que los había visto volando pegados como siempre rumbo al cielo.
El muchacho ya más aliviado alzó la mirada y pregunto ansioso:
 -Cuando cruzó el puerto volando decidido antes de la segunda tormenta ¿ iba a buscarla?.
-No se lo pregunté a aquel viejo que sabía de aves más que yo, contestó el abuelo.
Pero sí le escuché decir: “recordando como lo vi pasar cuando atravesó el puerto aquella mañana me dí cuenta que solo cuando fue capaz de superar la pena y romper el hechizo de Narciso pudo volver alzar el vuelo que propició el reencuentro en el lugar donde habita el para siempre. “
Pero había pasado ya mucho tiempo afirmó el muchacho con la impaciencia típica de la juventud.
Su abuelo hizo una pausa, lo miró a los ojos con infinita ternura colocó su mano en su hombro y le dijo:
El conmovedor relato de aquel viejo sabio me enseñó que cuando uno es capaz de medir el tiempo con el reloj que marca la eternidad no hay espera que por amor no pueda convertirse en un instante.
                                                                                                                                             

10 de julio de 2012
                                                                                                                                                     



Pablo Terzaghi

Milagros

Como atravesar este puente 
del otro lado escucho gritos silenciosos, también ellos me necesitan
tengo que volver aunque mi mano no pueda soltarte y dejarte ir
quisiera convencerme de que estarás bien, de que ya no me necesitas.

Quisiera que mi recuerdo te acompañe, 
quisiera seguir presente en tu nuevo ser
no me resigno a aceptar que ya no puedo verte con mi ojos 
si te siento mas dentro mío que nunca
aunque esta presencia me ponga de rodillas 
y paralice hasta mi último músculo.

No me siento defraudado porque jamás me atreví a hacer planes para vos 
tu vida fue siempre para mí mas importante que mis deseos,
hoy lo que yo sentía que era tu vida ya no está
y me duele hasta el infinito estar ausente en tus nuevos planes. 

Quiera Dios que juntos podamos comenzar una nueva existencia, 
que este dolor sea como el del parto, se convierta, sin anestesias espirituales,
de a poco en nueva presencia y vuelva a escuchar tu risa
y pueda ser yo esta vez el que aprenda a hablar 
para que vos me escuches decirte: que te amé en aquel entonces,
aunque no recuerde habértelo dicho, que aún hoy sigo amándote 
y que me gustaría que me acompañes en este camino.

Querida hija, hasta siempre………………………………