martes, 26 de agosto de 2014

En mi infancia solía visitar la fábrica de mi padre. Allí siempre cautivó mi atención los cajones de nadera con rezagos y descartes de cobre próximos a las máquinas que fabricaban las piezas que luego formarían parte del producto terminado. Preguntaba siempre:  ¿que se puede hacer con esto? ¿lo tiran? Se lo llevan como chatarra de poco valor me respondían. Siempre sentí una fascinación por aquello que sentía que merecía otro destino. Pasaron los años y la cultura del reciclaje fue creciendo disfrazada de pseudoecología algunas veces y con genuina intención de valorar los recursos escasos otras. Sin embargo hace unos años ocurrió  un hecho que conmocionó mi vida y me conecto con ese espacio sagrado que sin duda habita en todas las personas y me llevó sin saberlo hasta aquel niño que miraba los recortes brillantes en el cajón, deseando poder hacer algo con ello. Esta vez  después de tantos años, algunos de esos recortes alcanzarían finalmente un nuevo destino. El resultado de todo este proceso que maduró silencioso a través del tiempo fue una serie de objetos de culto que celebraban ese encuentro personal con un Jesús vivo, con María siempre silenciosamente presente y José, la revelación de un testimonio que se me ofrecía como ejemplo de vida. La primera custodia y una imagen tridimensional que evocaba a la Sagrada Familia fueron el comienzo. Luego hubo una serie de custodias diversas. Hoy he iniciado el desafío personal de celebrar también lo sublime de la condición humana que es su capacidad de amar hasta el infinito. Espero poder en algún tiempo sumar alguna imagen que pueda ser fiel a las intenciones y logre arrancar de un cajón con hojalata de descarte la emoción que allí anida y desea el latido de algún corazón conmovido.


















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